OIDORES DEL BUEN TERRENO
Pero parte cayó en buena tierra, y dio
fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. Mateo 13:8.
El buen corazón no significa un corazón sin pecado, porque el evangelio ha
de predicarse a los perdidos. Jesús dice: “No he venido a llamar a justos, sino
a pecadores al arrepentimiento” (Mat. 9:13). Los pecadores convencidos se ven a
sí mismos como transgresores en el gran espejo moral, la Santa Ley de Dios.
Contemplan al Salvador sobre la cruz del Calvario y preguntan por qué se hizo
este gran sacrificio; y la cruz señala hacia la Santa Ley de Dios, que ha sido
transgredida. Aquel que era igual con Dios ofreció su vida en el Calvario para
salvar al transgresor de la ruina… La Ley no tiene poder para perdonar al que
hace el mal. Pero Jesús ha tomado los pecados del transgresor sobre sí, y según
el pecador ejerce fe en él como el sacrificio, Cristo le imputa su propia
justicia al culpable. No ha existido más que una forma de salvación desde los
días de Adán: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hech. 4:12). No tenemos razón de temer si estamos mirando
a Jesús, creyendo que él es capaz de salvar a todos los que vienen a él.
Como resultado de una fe activa en Cristo, somos traídos a una guerra moral
con el mundo, la carne y el diablo. Si emprendemos esta guerra con nuestra
propia sabiduría, nuestra habilidad humana, ciertamente seremos vencidos; pero
si ejercemos fe viviente en Jesús y practicamos la piedad, entenderemos lo que
significa ser santificados a través de la verdad, y no seremos vencidos en el
conflicto porque los ángeles celestiales acampan a nuestro alrededor. Cristo es
el Capitán de nuestra salvación. Él es quien fortalece a sus seguidores para el
conflicto moral que se han comprometido a emprender…
Quienes abren las Escrituras y se alimentan del maná celestial llegan a ser
participantes de la naturaleza divina. No tienen vida ni experiencia aparte de
Cristo… Saben que en carácter deben ser como Aquel de quien Dios se siente
complacido –Review and Herald, 28 de junio de 1892.
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