UN MAESTRO DE
JUSTICIA
Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres. Juan 8:31, 32.
Jesús dice: “Aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas” (Mat. 11:29). Jesús fue el Maestro más singular que el mundo jamás
conociera. Presentaba la verdad mediante declaraciones claras y convincentes, y
las ilustraciones que utilizaba eran de un carácter puro y elevado…En su Sermón
del Monte, Cristo dio la interpretación verdadera de las Escrituras del Antiguo
Testamento, explicando la verdad que había sido pervertida por los gobernantes,
los escribas y los fariseos. ¡Qué significado tan amplio le confiere a la Ley
de Dios! Él mismo había proclamado la Ley cuando las estrellas de la mañana
cantaban juntas y todos los hijos de Dios clamaban de gozo. Cristo mismo era el
fundamento de todo el sistema judío, el fin de los tipos, los símbolos y los
sacrificios. Envuelto en la columna de nubes, él mismo había dado indicaciones
específicas a Moisés para la nación judía, y él era el único que podía
dispersar la multitud de errores que se había acumulado acerca de la verdad por
medio de máximas y tradiciones humanas…Él elevó la verdad para que, como una
luz, iluminara la oscuridad moral del mundo. Rescató cada gema de la verdad de
la basura de las tradiciones y las máximas humanas, y exaltó la verdad hasta el
Trono de Dios, de donde había provenido…Su curso se encontraba en un contraste
tan marcado con el de los escribas, los fariseos y los maestros religiosos de
aquel día, que estos quedaron manifiestos como sepulcros blanqueados;
fingidores hipócritas de la religión, que buscaban exaltarse a sí mismos por
una profesión de santidad mientras que por dentro estaban llenos de pasiones y
toda inmundicia. No podían tolerar la verdadera santidad, el celo genuino por
Dios, que era el rasgo distintivo del carácter de Cristo; porque la verdadera
religión proyectaba un reflejo sobre su espíritu y sus prácticas…En el corazón
de Jesús no había odio por nada, excepto el pecado. Podrían haberlo recibido
como el Mesías si hubiera manifestado simplemente su poder para hacer milagros
y se hubiera abstenido de denunciar el pecado, de condenar sus pasiones
corruptas y de pronunciar la maldición de Dios sobre su idolatría. Pero debido
a que él no permitía el mal, aunque sanara a los enfermos, abriera los ojos de
los ciegos y resucitara a los muertos, no tenían otra cosa sino crueles abusos,
celo, envidia, maquinaciones y odio para el divino Maestro –Review and Herald,
6 de agosto de 1895; parcialmente en Exaltad a Jesús, p. 175.
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