martes, 30 de abril de 2013

MATUTINA DEL MARTES 30


EL FARISEO Y EL PUBLICANO

Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres... ni aun como este publicano. Lucas 18:11 (lee Lucas 18:9-14).

Se representa a ambos hombres en su llegada al mismo lugar para orar. Ambos vinieron a encontrarse con Dios. Pero ¡qué contraste hay entre ellos! Uno estaba lleno de alabanza propia. Lo mostraba en su apariencia, su caminar, sus oraciones; el otro advertía plenamente su total falta de importancia. El fariseo era considerado como justo ante Dios, por lo tanto él lo creía. El publicano, en su humildad, se veía a sí mismo como desprovisto de derecho alguno a la misericordia o la aprobación de Dios...
El publicano ni siquiera levantaba sus ojos al cielo, sino que golpeaba su cuerpo y decía: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (vers. 13). El Conocedor de corazones observaba a ambos hombres desde arriba, y discernía el valor de cada oración. Él no solo mira la apariencia externa; él no juzga como juzgan los humanos. Él no nos valora según nuestro rango, talento, educación o posición...
Él vio que el fariseo estaba lleno de orgullo y justicia propia, y se registró a su nombre: “Pesado fuiste en balanza, y fuiste hallado falto”...
La Majestad del cielo se humilló a sí mismo al descender, de la elevada autoridad, de la posición de uno igual a Dios, al lugar más humilde, al de un siervo... Su profesión fue la de un carpintero, y trabajó con sus manos para hacer su parte en el sostén de la familia... Su humildad no consistió en una apreciación pobre de su propio carácter y sus calificaciones, sino en humillarse así mismo hasta el nivel de la humanidad caída, para poder elevarla con él a una vida más sublime...
La persona más cercana a Dios, y la más honrada por él, es la que tiene el menor grado de importancia y justicia propias, la menor dependencia y confianza en sí misma, que espera en el Señor con una fe humilde y confiada... Cuando se comparan el orgullo y la importancia propia con la humildad y la sencillez, aquellos son en esencia debilidad. Lo que hizo de nuestro Salvador un conquistador de corazones fue su gentileza, sus modales simples y sencillos...
Dios observa desde el cielo con placer a los que confían y creen, que dependen plenamente de él. A estos, él se deleita en darles cuando le piden. “Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta” (Sal. 107:9) —Signs of the Times, 21 de octubre de 1897.

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